El vídeo es de hace 3 años, aunque parece que el tiempo no pase allí. Siento la calidad.
El vídeo es de hace 3 años, aunque parece que el tiempo no pase allí. Siento la calidad.
Se me olvidó. 40 semanas después se me habían olvidado los olores. A humo, a motor desgastado, a aceite quemado. Los sonidos. A naturaleza viva, mosquitos que despertaban con el último rayo de luz; árboles que parecían darte los buenos días; chicos que te cobraban el matatu a grito del destino de éste, como «Yaya, yaya, yaya» (el centro comercial que había al lado de nuestra casa), y golpes en la parte de arriba del vehículo, cuando alguien quería bajarse: ¡pas! ¡pas!. Dos toques, no más, y la gente se bajaba. Se me habían olvidado los sabores, comerte un plato lleno de colores, como el de la foto. Beber té picante y que te raspase la garganta. Y que todo el mundo te reconociese mirándote por la calle, porque tu piel blanca, relucía bajo el sol como un billete de 100 chelines. Y ser consciente de cómo te timaban cada día por esta razón. Porque en España también te timan, pero ni es por tu color de piel, ni quieres ser tan consciente de ello. Se me había olvidado toda la puta ONU, con sus sueldazos, cochazos y las ansias de todo expatriado (y local, que pudiese aspirar a ello) de entrar ahí. Se me habían olvidado las propias. Y las playas de arena blanca, de agua caliente, los peces que parecen sacados de la peli de La Sirenita y las arañas de la costa que tenían el tamaño de mi puño. Vaya bicho. Se me había olvidado la sensación de asco y pasarme la mano por el pelo, por si acaso, como acabo de hacer. Se me había olvidado el racismo a la inversa, es decir, sentirlo en mi piel a modo de despectivo: mzungu! (¡blanca!). Se me había olvidado hacer la compra a primera hora del sábado, por si a algún terrorista con afinidad de Al Shabaab le daba por asaltar el centro comercial repleto de expatriados. Se me habían olvidado tantas cosas… que me siento en la deliciosa obligación de escribir para frenar esta amnesia voluntaria.
Hay sitios que merecen la pena vivirse y conocerse. No me parece mejor forma de que lo hagáis que compartiendo algunas de las fotografías que hicimos durante nuestro último viaje… a Zanzíbar
Y hasta aquí por hoy, aunque Zanzíbar daría para mucho más
Ni yo ni los propios ugandeses, que utilizan esta frase como reclamo turístico hacia su país, hemos sido los creadores de esta marketiniana frase. Lo fue, en su día, Winston Churchill con gran parte de razón. La otra parte de razón que le falta se la quito, al considerar que, como muchos piensan, África más que una perla, tiene un collar de ellas.
Desde que aterrizamos en el aeropuerto de Entebbe, (a 40 km de la capital), hasta que llegamos al conocido como «Bosque Impenetrable», (por la selva a la que hacía mención), con el único objetivo de ver a una de las familias de gorilas que se reparten entre este país, Ruanda y Congo; de nuestro viaje a Uganda se destacar algunos puntos:
No me gusta nada poner fotografías de niños en la red y, mucho menos, las típicas fotos que nos hacemos «todos» los que venimos aquí, con los «pobres» niños negritos de África Subsahariana. Me parecen tan inocentes, tan vulnerables… y más aún cuando estos no tienen (cerca) ni padre ni madre. Así que, por favor, los que leáis esta entrada, no os quedéis solamente con las imágenes de los críos que salen en el vídeo, aunque sean adorables, intentad ir un poco más al fondo de la cuestión.
Cuando llegué a Nairobi estaba más perdida que un pulpo en un garaje. De repente, apareció un ángel italiano, con una melenaza rubia rizada y ojos azules (cuando digo que era un ángel, lo digo por algo) que me enseñó lo mejor que me llevo de aquí: New Life Home Trust.
Sí, es un orfanato; y sí, también podía haberme dado cuenta de este tipo de necesidades en mi país. Hubo una buena amiga que me dijo: «al principio te creerás que estás salvando África tu sola», solo este tipo de buenas acciones. Supongo que tenía razón… pero seguir yendo, a medida que pasaban las semanas, me han hecho dejar de pensar que África se salvaría por más gente como YO (suele pasar, os lo digo en serio) para vivir más plenamente esta experiencia:
Pues hace más o menos dos meses que una chica keniana, que conocí en una cena de chicas expatriadas e hispanohablantes, nos invitó a su boda con otro expatriado italiano. No es la única boda a la que hemos ido por aquí, porque ya se casó un compañero de trabajo de mi marido y la hermana de otra de sus compañeras. En realidad han sido dos pre-bodas y dos bodas en total, aunque repartidas así: pre-boda del compañero de trabajo (que yo me perdí porque aún estaba en España), boda del compañero de trabajo, pre-boda de la hermana de la compañera de trabajo y boda de mi amiga.
¿Por qué pre-boda? pues bien, aquí se celebra, con toda la familia y amigos que quieren invitar los padres y los novios, una especie de pedida de mano común. Pero no os creáis que tantos invitados es un hecho raro, no. En Kenia no hay límite de invitados; me explico, si conoces a los novios, puedes presentarte en la boda… porque sí. En realidad esto no se hizo factible en esta última boda, pero hay que recordar que la chica no se casaba con un keniano, por lo que fue una boda italokeniana.
Bueno, mi amiga es una chica de recursos. Ha estudiado ginecología y pediatría en el extranjero, sabe idiomas (español e italiano y, por supuesto, inglés y suajili), trabaja en un buen hospital y es preciosa. Es decir, que valía su dote en… vacas. Y es que, aunque se casase con un extranjero, éste tuvo que pagar a la familia por ella. Alguien nos chivó que fueron unos mil euros simbólicos, ya que creían que el pago real no llegaría a tener lugar. A día de hoy, no lo sabemos exactamente.
También tuvieron que hacer el paripé en que, a pesar de llevar unos meses viviendo juntos, ella tuvo que mudarse (y cuando digo mudarse es literal, con ropa y sus cosas) a casa de su madre, para que la familia keniana más chapada a la antigua no se escandalizase por vivir en pecado.
La boda fue toda una experiencia. Y la familia manejaba. Fue en un complejo de hotel con campo de golf al más puro estilo colonial, con pétalos de flores por el suelo y centros de rosas rojas y rosas adornando el lugar. Disfrutamos de una marcha nupcial con la canción más famosa de Titanic y de una comida (buffet, como en la otras pre-bodas y boda) que mezclaba la pizza con el nyama choma (carne de cualquier tipo, aunque la más típica es la de cabra) a la parrilla. Esto no fue sino una muestra más de la mezcla italokeniana que exhibieron durante toda la celebración, ya que el regalo de los novios a cada invitado fue un corazón de piedra y una especie de «peladillas» (que, por lo visto es un obsequio típico en bodas italianas); a la vez que las mujeres kenianas de la fiesta ponían el toque país, yendo a buscar a los novios, en su entrada al restaurante, entre cánticos que imploraban al primer hijo. Todo un espectáculo.
La parte dulce no fue la tarta que, aunque estaba buenísima, fue destrozada para servirse en el centro de cada mesa y comerla, con los dedos, entre todos los que ocupaban esos asientos… La parte dulce fue el padre del novio, esforzándose en un discurso en inglés (que llevaba tres meses aprendiéndose), cuando el hombre no sabía una palabra del idioma.
Sin duda, una experiencia genial.
Eunice y Luca, que seáis muy felices.
La aventura africana sigue su curso, aunque no os haya permitido ser testigos de ella en las últimas cinco semanas; sí lo han sido las múltiples visitas que hemos tenido en este tiempo. Con esto, os pido perdón y espero que me entendáis.
Tener visitas, sobre todo de gente que jamás ha pisado esta zona del planeta, te hace volver a mirar a tu alrededor cómo si lo vivieses todo por primera vez. Con la misma expectación, miedo y prejuicios. Te hace conocer y sorprenderte de lo que ya tus ojos se atreven a ver como cotidiano. El humo denso de los matatus y autobuses, del que cortarías filetes de polución si tuvieras a mano un cuchillo; las miradas de curiosidad que despiertas a la mayoría de gente que te cruzas por la calle; las inexplicables alambradas de los parques y zonas verdes de la ciudad; la medición africana del tiempo, a ritmo de «pole pole», que te obliga a meter una marcha menor para poder avanzar en tu día a día; la vida que te rodea en cada rincón, asomándose en forma de cangrejo, araña del tamaño de una mano, bichos que solo creíste ver en la película de «Jumanji» o en los documentales de la 2, flores de todos los colores (que crees sacadas de «Alicia en el País de las Maravillas», cuando pintaban las flores porque iba a venir la Reina de Corazones…) y… por supuesto, también en forma de niños, futuro del país y de la Tierra.
Además, tenemos que agradecer a estas múltiples visitas el habernos transportado, (con sus expresiones, con lo que nos han contado y con la sensación de volver a estar con ellos), a nuestra casa. Nos han hecho recordar los paseos por las calles de Madrid, por las de una famosa ciudad amurallada, por los pinos cercanos al Pico Urbión y por las playas de Cantabria. Gracias.
Por otra parte, tengo que comunicar una muy buena noticia y es que he empezado a colaborar, desde hace un mes y medio, en la sección de Cultura de la Embajada de España. A pesar del bajo presupuesto destinado a este fin, estoy encantada con mi nueva experiencia profesional, en la que soy testigo de cómo se trabaja en una embajada… una pasada.
En los próximos post, tengo pendiente hablar de la boda de una amiga keniana con un italiano, de la naturaleza del país, de los próximos viajes a otros países africanos, de la experiencia en un matatu y del resto de mis semanas en África Oriental.
«Siempre se llega a alguna parte si se camina lo bastante» Gato Cheshire, Alicia en el País de las Maravillas
Hace tres semanas subimos los 4.985 metros que separan la cumbre del pico Lenana del Monte Kenia (el máximo hasta donde se puede llegar andando) del nivel del mar. De ahí la foto que publiqué hace algunos post, abrazando el cartel de la cima. Creo que este mail que mi marido ha escrito a la familia y amigos es la mejor descripción de nuestras «peripecias por el Monte Kenia».
«¿Por qué se merece un especial? Porque son 4.985 metros hasta la cumbre. Porque ha sido lo más duro que he hecho en mi vida. Porque la montaña da nombre al país y no al revés. Porque ha sido un reto brutal…
La expedición (nada menos) la formábamos seis kenianos (un guía, un cocinero y cuatro porteadores), tres suizos y tres españoles. Los porteadores eran para la comida y para las cosas de dos de los suizos. El resto llevábamos todas nuestras cosas a la espalda (lo digo por si había dudas…)
Bueno, al tema. Después de darnos de comer, nos dejaron en una de las puertas de entrada al parque (llamada Naro Moru) a 2.400 metros de altura, y tras una apacible marcha de 3 o 4 horas, llegamos al campamento donde íbamos a dormir (a 3.000 metros). Hasta ese momento todo bien: risas, mucho té con azúcar y buen ánimo.
Al día siguiente salimos a las 8 de la mañana. Las primeras dos horas las hicimos atravesando un bosque verde y frondoso (como los del Norte de España, vaya). De repente el paisaje cambió y casi se nos antojaba desértico con unas plantas semejantes a cactus. La ascensión fue más dura y larga que el día anterior (unas 7-8 horas) e, incluso, nos empezó a nevar sobre los 4.000 metros. Pero bueno, conseguimos llegar al siguiente refugio (4.200m) a eso de las 3-4 de la tarde. Cenamos como jabatos (siempre comida caliente), jugamos un par de partidas de cartas y a las 19:30 nos fuimos a la cama.
Inciso: desde que empezamos a preparar el viaje, yo estaba preocupado por el mal de altura. Da igual que te hayas preparado muy bien físicamente, si te da, has de descender sí o sí. No hay nada que puedas hacer. Bueno, pues ese día me acosté con fiebre y con el estómago haciendo de las suyas. Pero bueno, como el guía nos había dicho que lo más duro ya lo habíamos pasado, yo pensaba que lo teníamos casi hecho…
El último día de ascensión (lunes) nos levantamos a las 2:15 de la mañana. Nos pusimos toda la ropa posible (estábamos a -5 grados) de abrigo y empezamos a subir el último tramo. Estaba todo nevado/congelado y había puntos en que en vez de avanzar, no hacías más que resbalar hacia abajo sobre la nieve. Para ser sinceros, a 4.500-4.600m yo no podía con mi alma. No hacía más que dar vueltas en la cabeza a ver cuando les decía a mis compañeros que «Todo muy bonito, pero hasta aquí hemos llegado señores». Pero por pura cabezonería (esa que tanto le gusta a Myriam…) seguí sufriendo como un perro y llegamos a un mini-refugio a 4.800 metros. No hay explicación, pero me allí me recuperé totalmente. Descansamos dos minutos y para la cumbre.
Toda la ascensión es muy empinada, pero la última parte es una exageración. Tenía incluso cables fijos a los que debías cogerte, porque un mal paso y bajabas 500 metros del tirón… Fue duro y cada paso costaba la vida, pero metro a metro y respirando como búfalos, hicimos cumbre. 4.985 metros.
Podrías pensar que ya estaba todo hecho, pero no. Después de hacer cumbre a eso de las 6:30 de la mañana, ver amanecer y tirar unas cuantas fotos, tuvimos que bajar 20 kilómteros (sí, 20) para llegar al sitio donde íbamos a pasar la ultima noche. El paisaje era precioso (valles verdes, cascadas, bosques,…dicen que Tolkien se inspiró en este paisaje para crear Rivendel), pero íbamos tan jodidos que apenas lo apreciamos. Total, llegamos muertos al campamento, devoramos la cena, charlamos 20 minutos y a dormir. Tardé como 1 minuto y 12 segundos en dormirme.
Por último, el día en que solo teníamos que montar en un todoterreno y dejarnos llevar, se convirtió en una odisea. Nos dijeron que para 32 kilómetros tardaríamos 3 horas porque la carretera estaba mal. «Qué exagerados pensé». Al final tardamos 7 horas. La peor carretera de la historia. Sólo había barro. El coche se quedó atrapado como 6 veces (y eso que los neumáticos tenían cadenas) y había que empujarlo y zarandearlo para que saliese… Para vivirlo.
En fin, una de las mejores experiencias de mi vida. Sencillamente espectacular».
Parece un nombre sacado de una película de terror, aunque nunca fue más cierto aquel dicho de que «la realidad supera a la ficción». Fueron tres occidentales contagiados en Liberia (un español de 75 años y dos estadounidenses) los que hicieron saltar todas las alarmas mundiales. No, los mil muertos africanos anteriores no habían sido suficiente.
Para todos aquellos que se cruzan de acera (según he llegado a leer), cada vez que ven un negro, deberían informarse previamente.
Médicos del Mundo: «aunque la mayoría de los migrantes que intentan llegar a España no lo hace ni en patera ni siquiera por vía terrestre, es ahí donde el imaginario colectivo sitúa el peligro. Sin embargo, imaginen la posibilidad de que una persona gravemente enferma consiga atravesar medio continente africano, en una penosa travesía que suele durar meses o años, hasta alcanzar la valla de Melilla o las costas de Cádiz o Canarias. Sobrevivir a este trayecto una semana sería una proeza; culminarlo, un milagro».
Médicos Sin Fronteras: «La gente piensa que la solución es cerrar las fronteras, cuando la única forma de contener la epidemia es incrementar los medios sobre el terreno».
Organización Mundial de la Salud (OMS): «Las muertes en África Occidental por ébola se producen por la escasez de equipos de protección o su uso inapropiado, así como a la escasez de profesionales para afrontar un brote de tal magnitud».
Sé que desde España, existe la manía de identificar África como un todo; por lo que me han preguntado por mi percepción del ébola en Kenia, por la peligrosidad para visitar el país, me han advertido de que tenga cuidado e, incluso, a mi marido, le han recomendado que vaya al hospital por unas décimas de fiebre… La OMS decretó Kenia como país de «alto riesgo» por los numerosos vuelos directos semanales desde el oeste africano a Nairobi; así que las autoridades echaron el cierre de sus fronteras a los aviones procedentes de estos países. Igual que en Sudáfrica, país que, por cierto, se encuentra a una distancia de 8.000 kilómetros de la zona de ébola…
Por cierto, España está 2.000 Km, 3.000 Km y 135 Km más cerca de Liberia, Sierra Leona y Nigeria… de lo que lo está Kenia.
Espacio de divulgación de temas educativos
La aventura de vivir en Kenia
PSICOLOGÍA PERINATAL
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